Nada es imposible enseñanza de rompecabezas de alambre

Los rompecabezas de alambre son un arte que desde hace 53 años a diario realiza Julián Torres Domínguez, para enseñar que nada es imposible o simplemente para “eludir al alemán” (Alzheimer).

Todos los días, desde las nueve de la mañana y hasta las 10 de la noche, este zacatecano por adopción, con 40 años de residencia aquí, se coloca en el centro histórico de esta capital para ofrecer a transeúntes los rompecabezas que con sus propias manos realiza y con los cuales se gana la vida.

Desde que tenía ocho años comenzó en este arte de trabajar y darle forma a los rollos de alambre, figuras que con el tiempo fue incrementando hasta tener en la actualidad por lo menos 500 rompecabezas diferentes, ahora en peligro de extinción.

Orgulloso de lo que hace, Julián Torres reconoce que él fue el único de 10 hermanos que aprendió el oficio de hacer rompecabezas de alambre y lo enseñó su abuelo materno. Lamentablemente ninguno de sus tres hijos y su hija ha querido aprenderlo.

Reservado, no se atreve a afirmar que con él moriría en Zacatecas esta tradición y oficio, pues dice que no sabe si alguno de sus nietos la siga, ya que ahora “están muy chiquitos y no puede enseñarlos”.

Sentado sobre un banquito en la banqueta, a un lado de la infraestructura de madera en la que tiene colocados decenas de rompecabezas de alambre, “no todos, porque no caben los 500”, este creador intenta convencer a los paseantes de que le compren su producto.

El comerciante de 61 años los ofrece a los posibles compradores, con frases como “llévese un rompecabezas, son buenos para combatir al mal del alemán (en referencia al Alzheimer)”.

Otra de sus frases para la venta de los rompecabezas es que “le enseñan que no hay imposible. Todo con paciencia y dedicación lo logran, porque ya tenemos una cosa muy fea: todo lo queremos hacer rápido y a esto hay que buscarle”.

Este creador promete que todos los rompecabezas que ofrece tienen solución, “sólo es cuestión de ponerle tantita lógica para resolverlos”, afirma mientras muestra el que asegura que es el más sencillo y que llama el taruguito y que mete y saca con facilidad, pero que al darlo a los curiosos no pueden desarmarlo.

Todos los rompecabezas tienen nombre y el taruguito es el más sencillo y de ahí son más complicados, por ejemplo el cometa, cola del diablo, caballito de ajedrez, árbol de Navidad, péndulo, luna, cabeza de toro y hasta el Frankenstein, este último porque se le quitan las manos y las piernas.

Con la venta de sus productos artesanales, mantiene a su familia y dependiendo de la complejidad del rompecabezas, su costo varía de 20 hasta 60 pesos cada uno.

A veces no vende nada, pero en general, a Don Julián la venta de los rompecabezas le da lo suficiente para el sustento de su hogar y a la par contribuye a la existencia de una tradición que está siendo sometida por las computadoras, celulares y televisión.

Por eso, todos los días está en el Callejón de la Bordadora, luchando por preservar su casi extinto oficio.



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